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diciembre 04, 2011

Pedro Abramo: “Ciudad caleidoscópica. Una visión heterodoxa de la economía urbana”

Pedro Abramo realiza una crítica al modelo de orden segregado ortodoxo. El punto de quiebre entre dicho modelo y su planteamiento parte de una identificación distinta del papel del empresario (o del propietario productor de espacio construido) en el mercado habitacional o de vivienda.
La postura neoclásica frente a todos los mercados se fundamenta en el principio (universal) del intercambio y, de igual forma, este principio aplica al mercado de vivienda. En ese sentido, se plantean dos fuerzas de mercado: oferta y demanda, las cuales interactúan con el propósito de lograr la situación de equilibrio, en la que la oferta de vivienda satisfaga la demanda en ese mercado. Ahora bien, el precio de equilibrio es obtenido a partir de las decisiones (anticipaciones racionales) de los demandantes a través del juego competitivo por la localización; este juego o competencia se da entre distintos “tipos” de familias que en este marco teórico son clasificadas en función de sus recursos. El resultado es un orden urbano en el que las familias logran adquirir la ubicación (y sus externalidades positivas) sujetas a su restricción presupuestaria (“segmentación” social según la renta).
Frente a esta metodología Abramo, de forma similar a la que Keynes utiliza en su crítica a la visión neoclásica del mercado de trabajo[1], cuestiona dos aspectos específicos: la soberanía de la demanda y el propietario ausente.
El primer aspecto hace referencia a la definición del precio de mercado a partir de la competencia entre familias categorizadas por sus dotaciones, quienes toman sus decisiones de vivienda de forma descentralizada y anticipando (racionalmente) las externalidades de las diferentes localizaciones relativas[2] a las que pueden acceder. Para que este mecanismo de coordinación de las decisiones individuales funcione correctamente es necesario establecer una condición de naturaleza ergódica que garantice la convergencia. Sin embargo, bajo la propia lógica de la familia representativa afanosa por maximizar el “lucro” familiar, los agentes tendrán la motivación a comportarse de manera “oportunista” buscando externalidades positivas de vecindad. Éstas podrían encontrarlas en las localizaciones en donde hayan familias con niveles de renta superiores. Las familias buscarán ubicarse en aquellas localizaciones asociadas a ingresos superiores a los propios y es posible que este comportamiento atraiga más familias “oportunistas” y, en forma complementaria, “expulse” familias ubicadas en la zona antes de que inicie la transformación de la misma. El escenario resultante es de incertidumbre radical y generalizada[3], como lo denomina Abramo. De modo que, las anticipaciones o expectativas de los agentes se deben enfrentar a un futuro ordenamiento residencial de carácter incierto. No obstante, ésta no es la principal crítica del autor, como se verá a continuación.
El segundo aspecto se refiere a la desestimación del papel del propietario en la definición no solo del precio sino del propio ordenamiento urbano. La detracción de Abramo frente a este planteamiento de la teoría ortodoxa parte del hecho por el cual las familias deciden en el marco de una economía de producción. El propietario tiene sus propias motivaciones y racionalidad; quien coloca los stocks (parques residenciales) en el mercado es su “motor”, es un capitalista emprendedor urbano[4]. Y a diferencia del empresario en el mundo de la teoría ortodoxa, el capitalista emprendedor urbano no es neutral, ni mucho menos pasivo[5], en relación al proceso de ordenamiento. Esta distinción entre los dos planteamientos significa “rechazar” la determinación imperialista de la demanda, pues precisamente la oferta posee la capacidad de alterar el orden urbano a través de su relación con la demanda.
Dicha relación concibe el poder que la oferta puede ejercer en tanto poseedora de las ventajas jurídicas otorgadas sobre la propiedad inmobiliaria y la práctica de la innovación, entre otros medios de imponer condiciones mercantiles a la demanda. La innovación puede ser de dos tipos: innovación del proceso e innovación del producto. La primera hace referencia a innovaciones tecnológicas que repercuten en mayor productividad en función de nuevas y/o mejores posibilidades de producción y en el configuración urbana, invalidando las anticipaciones concebidas e incidiendo en las decisiones de localización de las familias. La segunda se refiere a la diferenciación de los productos ofrecidos en el mercado, bajo dos motivaciones que convergen en mayores beneficios (“transferencia de riquezas”): (1) reorientar el consumo a través de la segmentación de la oferta o de las porciones de mercado que satisface cada empresario; e (2) imponer un mark up urbano al consumo a través de la alteración del orden residencial urbano, mediante la producción de viviendas diferenciadas[6] y de la dinámica de la destrucción creativa de las características del orden urbano a partir de la “depreciación ficticia” del stock residencial y las innovaciones.
Ambos mecanismos redistribuyen la riqueza y significan la no neutralidad de las acciones de la distribución de la propiedad. Este resultado difiere de la concepción ortodoxa como también lo hace la propia inclusión  de la innovación en  el análisis,  pues, fractura el principio de la toma de decisiones basada en anticipaciones racionales y objetivas.


[1] Que al igual que la tierra no constituye una mercancía, y aún así la teoría ortodoxa le da el mismo tratamiento en la lógica del intercambio.
[2]    Una mejor localización no se expresa en términos de la distancia al centro de negocios, sino que, sobre todo, de las localizaciones relativas. Las familias buscan aglomeraciones en las que absorban más externalidades positivas de vivienda y se alejen de las familias de menor renta. Por esta razón, el modelo neoclásico arroja una configuración espacial de círculos concéntricos que segregan las familias según sus recursos.
[3]    Ésta también es resultado de las percepciones exageradas, las respuestas desarticuladas, las especulaciones en cuanto al futuro y los esfuerzos organizados que pueden tener éxito o no tenerlo.
[4]    Basado en el capitalista emprendedor de la teoría evolucionista de Schumpeter.
[5]    Como sí lo es en la teoría de neoclásica, según la cual el propietario (ausente) se limita a apropiar las señales del resultado del equilibrio (en este caso, espacial) para definir su combinación de factores de producción que maximicen su beneficio.
[6]    La economía industrial ortodoxa contempla también la diferenciación del producto, pero sosteniendo la lógica de la “soberanía de la demanda”. En otras palabras, en tanto que el empresario juega un papel sumiso ante las señales del merado, el producto diferenciado es el que conduce a estructuras de competencia imperfecta y no el espíritu animal del empresario.

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